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pandemia mundial

La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el brote del nuevo coronavirus como una Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional (ESPII) el 30 de enero de 2020, y el 11 de marzo de 2020 , la OMS declaró que la situación de emergencia ocasionada por el brote epidémico de COVID-19 constituía una pandemia.

Tras la declaración del estado de alarma el 14 de marzo , empieza una lucha, no solo contra el virus SARS-CoV2, sino también contra la crisis económica y social derivada de la pandemia .

Recuerdo muy bien el ultimo día de colegio antes de la declaración del estado de alarma, cómo llegaron mis hijos cargados con todos los libros pues no sabían cuando podrían volver al colegio, era una mezcla de incertidumbre, miedo y porque no decirlo emoción extraña pues como niños, lo veían como unas vacacione, pero nunca ese concepto estaba más lejos de la realidad..

Empezó una rutina de clases online diarias, de no ver a sus amigos, de escuchar noticias espantosas que luego fueron desapareciendo de mi casa para proteger la salud emocional de mis hijos y la mía.

Empezaron a sentir el encierro, el miedo a contagiarse, el ver que no les gustaba la nueva manera de dar las clases, que les costaba seguir la lección, que todo eran deberes y siempre solos, sin poder compartir esas risas con sus amigos, ese disfrutar del recreo, el salir al balcón cada día a las 20 para aplaudir, me miraban y me decían esto va por ti no mami y yo les decía, no cariño, va por todos nosotros y por vosotros porque estáis dando una lección de madurez que no os toca por la edad que tenéis.

Empezamos a improvisar partidas de ping-pong en la mesa del comedor, empezamos a hacer tablas de gimnasia viendo videos de youtube, empezamos a echar demasiado de menos a los abuelos, a los amigos, empezamos a cansarnos a “fatigarnos” mentalmente, casi sin darnos cuenta a esperar ansiosos la desescalada para poder bajar a dar una vuelta en la franja horaria que nos permitía el estado de alarma.

Empezamos a ser vigilantes de que se cumpliesen las normas, a estar más irascibles si veíamos que alguien no respetaba las normas de distanciamiento social, a aprender a hacer colas en supermercados, confiando que hubiera lo que necesitábamos comprar, a estar agobiados si había demasiada gente, pero también empezamos a escuchar el silencio, a ver cada vez más pájaros, recuerdo que nunca antes había oído tantos. A respirar aire más puro, a emocionarte el primer día que empezaste a ver niños en la calle, sus caras de alegría con poder salir y dar una vuelta en bicicleta.. a emocionarte al encontrarte con un amigo o amiga que hacía tiempo que ya no veías, a ver como de repente todo el mundo hacia deporte con tal de poder salir a la calle..

Llegó el verano y con el calor, el sol, el mar, vivimos una falsa normalidad, nosotros encerrados en nuestra comunidad de vecinos. Todavía recuerdo el día que nos dieron permiso para bajar a la piscina, se me pone la piel de gallina recordándolo.

Luego empezaron los miedos a la vuelta al colegio. ¿Cómo sería?. Si solo durarían un mes y nos volverían a encerrar, que concepto tan horroroso y medieval. Y los niños empezaron el colegio, ansiosos de ver a sus amigos pero con la mascarilla puesta, con normas estrictas de distanciamiento, y muy a mi pesar, los de 2 ESO en adelante, con clases semipresenciales, volvían a estar castigados por la maldita pandemia. Les quitaron los deportes, las competiciones, el juego. Lo asumieron. Les hicimos pasar frío en las clases, que se llevaran mantas de casa.. fueron semanas pero no debería haber pasado.

Y ahora, nos llevamos las manos a la cabeza cuando nuestros hijos, no solo los adolescentes, si no también los más pequeños, están más apagados, o más serios, o más apáticos, o mas enfadados y sabéis lo más duro, es que no disponen de vías de escape para recuperarse del desgaste emocional de esta pandemia siguen sin poder ir con los amigos de forma tranquila, con abrazos, sin mascarilla para reírse y hablar y cargar pilas, siguen sin poder competir en sus deportes favoritos, siguen sin poder organizar fiestas de pijama donde compartir confidencias y disfrutar de ser jóvenes.

Cada vez que en la consulta, y cada día es más frecuente, entra un chico o chica, triste, sin ganas de estudiar, con problemas de concentración, con abuso de uso de pantallas, me da pena e impotencia porque no puedo aconsejarles amigos, deporte en grupo, experimentar nuevas actividades extraescolares, para mejorar esa fatiga y se sienten solos, y desatendidos y aun así siguen entendiendo que todo pasará, que es por un bien común, que volveremos a estar bien, pero mientras tanto, ¿cómo nos cuidamos? Cómo compensamos esa falta de libertad, de juventud, de infancia.

Creo que no se me ocurre mejor manera que empatizar con ellos, entender que es lógico que estén así, que no se descuiden, que no se dejen llevar por la apatía, que compartan sus sentimientos, que miren de ayudar a otros pues es una manera maravillosa de cargarte de energía positiva. Y sobretodo que se sientan orgullosos de haber sido responsables y de demostrar una resiliencia increíble.

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